A veces, y muy generalmente, la gente contradice su accionar con sus propias palabras. Cree que las decisiones que en juicio inoportuno emite son incuestionables, esas decisiones imperecederas que sin percatarse dañan a otro mucho más de lo que piensa, o bien, daña a quien las emite. Tan certeras y versátiles resuenan las palabras cuando se dicen con convicción y verosimilitud, sin embargo, cuando con el pasar del tiempo estas virtudes se tornan engañosas y lo que aparentaron un día ser, simplemente ya no son porque el propósito es diferente, nos engañamos y nos engañan. ¡Cuántas veces hemos escuchado consejos de seguir a la razón por sobre el corazón! o por el contrario ¡hacer caso al corazón y elidir la razón! Pero a pesar de esto, la irracionalidad del corazón nos pone frente a la espada y la pared y nuestros pensamientos que parecen tan sumisos y claros, se convierten en agonías, sufrimientos opacos que ennegrecen cada gesticulación que hacemos. Muchos se darán cuenta, tal vez, de esto, pero lo importante no es eso, si fuera la apariencia nada de esto sería sincero o serio, sin embargo, es aquel sentimiento que nos oprime a lo más hondo de la desilusión y decepción, en donde cada cual se percata que las apariencias no significan nada, si significaran el estado sería diferente. Todo, pero absolutamente todo se relativiza, todo recae en la inseguridad y en la relatividad. Todo se piensa, mucho por hacer, pero poco en lo concreto se hace; proyecciones, de esas muchas, pero perdidas nada. Alguien dijo alguna vez "Qué es la nada sin el todo o el todo sin la nada", pues es el mismo dilema tan claro como difuso.
¡Cuántos quisiéramos eludir estas faltas tan ensimismadas que nos desarticulan cada vez hasta quedar en polvo! "denigrante", saber qué y cómo, pero no saber otra tonta palabra para entender una emoción. Soslayarse en palabras de otros simulando ser sabio y erudito para intentar explicarnos algo que no podemos explicar o, por lo menos, acercarnos a eso que intentamos reformular a través de pésimas conjeturas, tan falsas como uno. ¡Cuántas veces quisiéramos pensar que aquello que fue nunca fue en realidad sino que aquello que era siempre debió haber sido, que nada debería haber cambiado! Aunque es imposible, consuela pensarlo.
Aquella princesita universitaria que algún día veía para alegrar mis días, con quien revoloteaba en los pasillos de la casa escuchando Manuel García, a quien dedicaba de vez en vez un par de acordes de aquella canción que nos recordaba, con quien me escapaba de mis quehaceres universitarios para emprender una pequeña salida a la playa, quien cuando fervientemente me pedía que fuéramos al cine no podía mirarla a los ojos y pronunciar un no como respuesta, a ella a quien pienso nunca enaltecí como debería haber sido. Hay tantas cosas que podría nombrar, pero no sería sensato ni prudente, más bien exacerbo todo esto, no tan solo porque lo siento, más bien porque lo agradezco y, en gran medida, lo extraño. Así que, como sé que esto no lo verás en mucho tiempo, preferí que quedara guardado desde ya en palabras escritas con tinta pusilánime que me presta el corazón o- mejor dicho- tu corazón, porque creo que en estos momentos no me pertenece. Para finalizar, simplemente gracias.