sábado, 8 de octubre de 2011

Sobre el camino

Mientras las miradas apacibles e indiferentes se tornaban monótonas con la luz de las ampolletas gigantes, volvía al suplicio de pensar en la bomba de tiempo que depositaron en nuestro pecho, donde el sonido del minutero cada instante destroza nuestra existencia. De tanto divagar en ese asiento, se asomaron algunos sombras misteriosas- de esas que turban el ánimo y, en algunos casos, lo destrozan en mil pedazos- que con aires de curiosidad intentaban menguar la corriente natural de mis pensamientos, aunque sus siluetas no eran más que un invento desnaturalizado (¿o naturalizado?) de la convención de nuestro tiempo. Cuando por fin comenzaba a terminar el primer ápice de mi agotado viaje, comenzaba el prólogo de un nuevo trayecto, en donde los prefacios quedaban pequeños al girar en torno a una charlatanería barata de palabras espirales. Bajaba apurado, casi escapando de esas sombras, para continuar subiendo entre música y sonidos-que aminoraban la carga de una pesada cruz que hace tanto tiempo estaba en las espaldas de ese pequeño bastardo- la estrepitosa escalera que no llevaba más que al mismísimo infierno. Luego de salir de los engranajes del inframundo, salí a tomar aire al purgatorio, eso quedaba a un par de peldaños más arribita de donde me encontraba, mientras el angustioso humo que desprendían los pequeños demonios se disipaba con la tranquilidad de la tarde, mi mente corría como nunca antes, era como un río turbulento de aguas enfurecidas en donde un pensamiento caía y se desvanecía en su corriente incontenible. Miles de ideas perecieron en las tormentosas aguas que pasaban sobre el Mapocho, una si bien recuerdo se salvó, pero con el reencuentro de esas sombras se perdió nuevamente y cayó al abismo donde se pierden los pensamientos más bellos que solo alcanzamos a acariciar a través de un cálido y entumecido roce de una mano estirada. Sin querer mis párpados se rindieron, ya se habían agotado de tan largo viaje, mientras unos los cerraban para volver al sueño que un día dejaron escapar, yo, agotado, volvía a abrirlos para continuar con el siguiente capítulo de mi tan entrañable novela, esa novela tan aguda y profunda que algunos llaman vida y otros muerte.