viernes, 5 de marzo de 2010

Terremoto y maremoto en Chile y su alma

Mar. 03 2010 |Rafael Ruiz Moscatelli (escritor chileno)

Cuando Concepción y varias ciudades costeras, cuando la capital de Chile había sido sacudida por un terremoto, cuando Talcahuano puerto comercial y militar y cientos de pueblos costeros había sido azotado por un maremoto, la noticia me aturdió, cuando entendí, me dio tristeza y rabia. Otro terremoto y otro maremoto en la patria linda.

Murieron y desaparecieron miles, millones de viviendas no sirven, la infraestructura del centro del país está dañada, la publica y la privada. Cientos de miles de compatriotas están en la incerteza, muchos de ellos independientes económica y laboralmente ahora dependen de un estado débil y una riqueza privada cuyo rol no se acomoda espontáneamente hacia la cooperación y la solidaridad. Hemos vivido anteriormente los terremotos y maremotos pero es difícil aprender de un fenómeno inmisericorde que nos afecta material y anímicamente.

Chile país de cobre, terremotos y maremotos, y poetas; es testarudo. Cada cierto tiempo millones de chilenos vuelven a empezar donde mismo tembló la tierra y rugió la ola. Empezaremos a reconstruir donde mismo presos de un fatalismo invencible que nos inmoviliza. Por qué no acomodarse más sabiamente. No hay expertos que puedan resolver este asunto, pero todos sabemos que hay zonas fatalmente frágiles y que no hay nada más científico que la experiencia: el ensayo y el error. Por qué no desplazarse unos kilómetros, por qué no trasladar instituciones, población, empresas e infraestructura a otros pueblos en las mismas regiones, por qué volver a sufrir y llorar por lo mismo. Volver a morir por terquedad. Porque somos pobres dicen los expertos, pero si ellos también dicen y repiten que ahora somos más ricos, tenemos ricos entre los del mundo.

Por qué las autoridades no abrieron los supermercados el domingo en Concepción si comercialmente ya estaban inservibles por el terremoto. Qué temieron los alcaldes, acaso quisieron ser eficientes y repararlos para luego abrirlos, qué importaba que por una vez o por varias la gente no pagara, por qué había que provocar la rabia de los jóvenes mas humildes y marginales, por qué había que facilitar las cosas a los pocos delincuentes. Por qué la locura y quién propagó por Internet y ante cuanto camarógrafo salió a grabar las ideas de asonadas que nadie sabía de dónde venían ni quiénes las instigaban.

Por qué le hicieron caso a la histeria y no fueron a comprobar que era lo que verdaderamente estaba ocurriendo, donde estuvieron las autoridades, acaso cuidando el comercio. Por qué no fueron a ver si el municipio de San Pedro, vecino a Concepción, estaba amenazado efectivamente, como decían e insistían unos personajes, “infra”, oscuros, mal intencionados, pero curiosamente disciplinados en las falsedades que esparcían por Facebook, y otras redes sociales, así habrían visto como los vecinos se auto organizaban: para comer en ollas comunes, gente que nunca antes había intercambiado más de un saludo; para conseguir agua y linternas en una afán pacifico y de sobrevivencia. Hasta que los malvados exageraron sus resentimientos, esparcieron rumores y las histerias de largas campaña comunicacionales de amedrentamiento hicieron su efecto, parte de la clase media se aterrorizó de algo que no iba contra ellos.

El enojo era contra los que al cerrar el comercio ofendieron y enrabiaron a mucha gente, la televisión chilena mostró a una abuela el lunes diciendo que “no se quedarían sin leche y sin comer, ni cagando”. Lo dijo a cámara, muchos chilenos la vieron, hasta en New York la vieron y entendieron. Acaso creyeron que la abuela estaba jugando. Los supermercados que abren todos los días del año para ofrecernos de un cuanto hay, cerraron en las localidades que más se necesitaba su servicio; fueron el perro del hortelano. A su vez los que tenían agua no la repartieron, muchos de los que tenían pan especularon, bencineras de los lugares más complicados que debían haberlas controlado el estado quedaron en manos de la gente.

Ante algo tan incontrolable y no discriminador como los embates de la naturaleza, los grandes comercios no respondieron, pues aunque son privados dan servicio al público. En una situación tan especial tiene que haber más Estado y más responsabilidad privada. Finalmente llego el Gobierno y militarizó la zonas porque todo se había ido al carajo, el miedo y la provocación hicieron trizas una parte del sentir solidario en una ciudad, en una región de trabajadores y emprendedores dura como la piedra y con una larga historia solidaria. Qué nos ha cambiado tanto, no es el cobre, ni el terremoto ni los maremotos, ni los poetas, como si ya no fuéramos los mismos.

BLOG DEL AUTOR: http://www.rafaelruizmoscatelli.cl/

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