Un minuto de silencio no sería suficiente para descansar y dejar de pensar. Han sido días pesados, duros y agotadores; además no sé cómo aún soportamos los viajes de un lugar a otro y, más aún, a la gente que nos rodea en esos viajes. Hubiese querido que en este momento mi vida se automatizara y quedara expuesta a los habituales actos de la humanidad, pero lamentablemente eso no pasará, porque soy partidario de que cuando uno adquiere conocimientos fundamentales es imposible sacarlos de nuestra mente. No obstante, esta misma forma me automatizaría, si tal fuese la gracia, sin embargo, los detalles de la vida (esos cuales la gente jamás se fija y uno sí) son los que desautomatizan cualquier vida que tenga rasgos de sabiduría y, talvez, razón.
Me gustaría contar alguna anécdota que me ha sucedido en estos días, la cual me ha hecho llegar a esto. Y es que la derrota te absorbe de tal forma, que cuando te das cuenta que hay algo mal, a la vez te percatas de que nada más puedes hacer, dicho de otro modo, cuando tienes la oportunidad de enfrentarte a ella simplemente no puedes por tu incapacidad. Hipocresía, mediocridad, etc. pueden nombrarlo de cualquier manera si es con tal de fastidiar al otro. Inreíblemente siempre lo miraba desde fuera, pero graciosamente estaba ahí, parado frente a todos sin nada que decir: un acto de presencia, decir estupideces e imbecilidades para hacer frente a algo que ya estaba predispuesto por la incapacidad de la comunicación. Lo peor fue una cara peculiar que no podía prescindirse, una cara que, si hubiera sido en otro contexto, hubiese golpeado con mucho gusto.
Con esto quisiera finalizar: nadie está exento de daño físico y mental, nadie está exento de la libertad de otros y, por tanto, nadie está libre de suscitar o recibir.
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