sábado, 3 de diciembre de 2011

Martín Rivas (26-p.80)

-¿De qué serviría ser constante a un hombre que no se atreviese a confesar nunca su amor? -Dijo Rivas, alentado por el raciocinio y la conclusión de Leonor.
-No sé -contestó ella-; por mi parte no comprendo en un hombre esa timidez.
-Señorita, se trata de su felicidad y tal vez de su vida -replicó con emoción Martín
-¿No exponen los hombres muchas veces su vida por causas menos dignas?
-Es verdad: pero entonces combaten contra un enemigo, y en el caso de que hablamos tal vez pueden dar a su amor más precio que a su vida. Rafael, por ejemplo, del que hemos hablado, no creo que tiemble en presenciar a un adversario, y, no obstante, jamás se habría atrevido a dirigirse a su prima de usted sin las felices circunstancias que los han reunido. Un amor verdadero, señorita, puede poner tímido como un niño al hombre más enérgico, y si ese amor es sin esperanza, le infundirá mayor timidez aún
-Dicen que todo se aprende con la práctica -dijo Leonor, con una ligera sonrisa-, y presumo que el modo de vencer esa timidez esté sujeto a la misma regla.
Martín no contestó, porque temía adivinar el objeto de aquella observación.

No hay comentarios: